Claudio
Baneado
Me he acordado del aporte de nuestro compañero Astérix, que presentó al I Concurso “Hágalo Vd. Mismo” del Foro de Relojes:
Y lo he asociado a este otro retazo literario que puse ya hace tiempo, en el hilo “El reloj en la Literatura”. Las soluciones no son exactamente iguales, pero sí que emparentan en cuanto a su sencillez, ingeniosidad y rapidez en su ejecución. Lo pongo de nuevo para que los nuevos foreros que se arrimen por aquí lo puedan leer y disfrutar como lo hice yo cuando lo leí por primera vez, ya que por el sitio en donde está ubicado, es de muy difícil hallazgo.
"De cuando Pepe Monagas le arregló a uno de Agüimes un reloj de un soplido"
(De “Los cuentos famosos de Pepe Monagas”, Francisco Guerra Navarro, 1941-1961.)
Todo isleño que no sea taita del todo es "bienamañado". No habría que estar majaderiando en que bienamañado es aquel que, a más de la técnica de su oficio particular, conoce y practica, por intuición y afición, una serie de técnicas de especialización ajena. Es claro que en el bienamañamiento del isleño, como en todo, hay una escala de valores. Está el isleño medio bien amañado, está el isleño bienamañado y está el isleño bienamañado que es un gusto. El primero sabe arreglar los plomos, enderezar una pestillera, ponerle un par de tirillas a una persiana, etc. El de enmedio puede hacer un tresillo con cajones, poner unas inyecciones tan bien como Bonilla, estrellar macetas de cemento con tapas de botellas. Y en fin, el último puede hacer una radio de cuatro lámparas que coge Tenerife, una jaula para una calandria igual a la casa de los Picos, una trampa de las que hacen correr los contadores de la luz para atrás, y eso. Este tercero roza casi el genio.
Ni qué decir que Monagas era un isleño de los bien amañados que es un gusto. Pero él se había "especializado" en platería y relojería. Sabía convertir una peseta en una alianza más sentimental que "Sor Angélica", y un duro en un anillo de matón, de esos que tienen un sello ancho a todo lo largo del metacarpo del anular, y que tienen una trompada como la patada de un mulo. Y sabía desarmar y armar un reloj. Y si a mano viene, dejarlo andando con dos o tres piezas de menos.
Cierta vez se dejó caer por su casa, después del almuerzo, un cristiano de Agüimes, conocido por Usebito Betún del Káiser, a causa de poseer un bigote como de verguillas y más negro que un mirlo. Usted tiene que conocerlo. Él casó por dos veces, la segunda con una entená de un tal Arboniés, que tenía unos portones y eso por Molinos de Viento... Que Usebito tenía un tienducho en el Risco, hombre, cerca del Pilar... Bueno. Traía el hombre, que era gorrón, como un prestamista, un reloj desconchabado, el cual, de aquí para allí, se le paró en las doce y media y cinco, al momento de despacharle media libra de aceitunas de pa fuera a una chica. Alegaba que le saltó salmuera al chaleco y por mor de esa agua se atrabancó la máquina.
Monagas lo cogió con una importancia de cirujano ante una apendicitis supurada. Era un reloj cubano. "Cuervo y Sobrinos. -Roskof Patent", con un golpe de segundero de tartana en empredrado, pero duro y sano, como un viejo de cumbre. Y en efecto, sobre la caja redonda de celuloide que lo protegía, se perfilaba un lamparón como el de un chaleco de luto, indudablemente de la salmuera. Con una puntilla lo abrió, meticuloso. Lo examinó con una atención teatral. Le metió un alfiler de cabeza negra y lo hurgó un poco.
De pronto, Monagas largó las herramientas, puso ante su boca la máquina y le dio un concentrado soplido.
- Tranc - tranc, tranc - tranc, tranc - tranc... -se echó a caminar el caballo. Monagas lo entregó despreocupado e importante. La operación había durado tres minutos. Y Usebito se quedó privado.
- Güeno, Pepito... Estooo... Yo creí, estooo, que estaba pior...
- Pa oliarlo, no. Pero, pero pa ventosas... Oh, ya usté lo ha visto.
- ¡Je, je...! Sí... Güeno, Dios se lo pague.
- Pero oiga... -lo atajó Monagas, sintiéndolo atorrarse-. ¿El reloj es suyo o de Dios?
- Güeno... perooo... ¿por soplá tamién cobra?
- Parao vino. Y se le puso su ventooosa.
- ¡Lo primero que ha visto, usté...!
- ¿Sí? -se le encaró Monagas-. ¡Pos aprenda a soplá!
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Y lo he asociado a este otro retazo literario que puse ya hace tiempo, en el hilo “El reloj en la Literatura”. Las soluciones no son exactamente iguales, pero sí que emparentan en cuanto a su sencillez, ingeniosidad y rapidez en su ejecución. Lo pongo de nuevo para que los nuevos foreros que se arrimen por aquí lo puedan leer y disfrutar como lo hice yo cuando lo leí por primera vez, ya que por el sitio en donde está ubicado, es de muy difícil hallazgo.
"De cuando Pepe Monagas le arregló a uno de Agüimes un reloj de un soplido"
(De “Los cuentos famosos de Pepe Monagas”, Francisco Guerra Navarro, 1941-1961.)
Todo isleño que no sea taita del todo es "bienamañado". No habría que estar majaderiando en que bienamañado es aquel que, a más de la técnica de su oficio particular, conoce y practica, por intuición y afición, una serie de técnicas de especialización ajena. Es claro que en el bienamañamiento del isleño, como en todo, hay una escala de valores. Está el isleño medio bien amañado, está el isleño bienamañado y está el isleño bienamañado que es un gusto. El primero sabe arreglar los plomos, enderezar una pestillera, ponerle un par de tirillas a una persiana, etc. El de enmedio puede hacer un tresillo con cajones, poner unas inyecciones tan bien como Bonilla, estrellar macetas de cemento con tapas de botellas. Y en fin, el último puede hacer una radio de cuatro lámparas que coge Tenerife, una jaula para una calandria igual a la casa de los Picos, una trampa de las que hacen correr los contadores de la luz para atrás, y eso. Este tercero roza casi el genio.
Ni qué decir que Monagas era un isleño de los bien amañados que es un gusto. Pero él se había "especializado" en platería y relojería. Sabía convertir una peseta en una alianza más sentimental que "Sor Angélica", y un duro en un anillo de matón, de esos que tienen un sello ancho a todo lo largo del metacarpo del anular, y que tienen una trompada como la patada de un mulo. Y sabía desarmar y armar un reloj. Y si a mano viene, dejarlo andando con dos o tres piezas de menos.
Cierta vez se dejó caer por su casa, después del almuerzo, un cristiano de Agüimes, conocido por Usebito Betún del Káiser, a causa de poseer un bigote como de verguillas y más negro que un mirlo. Usted tiene que conocerlo. Él casó por dos veces, la segunda con una entená de un tal Arboniés, que tenía unos portones y eso por Molinos de Viento... Que Usebito tenía un tienducho en el Risco, hombre, cerca del Pilar... Bueno. Traía el hombre, que era gorrón, como un prestamista, un reloj desconchabado, el cual, de aquí para allí, se le paró en las doce y media y cinco, al momento de despacharle media libra de aceitunas de pa fuera a una chica. Alegaba que le saltó salmuera al chaleco y por mor de esa agua se atrabancó la máquina.
Monagas lo cogió con una importancia de cirujano ante una apendicitis supurada. Era un reloj cubano. "Cuervo y Sobrinos. -Roskof Patent", con un golpe de segundero de tartana en empredrado, pero duro y sano, como un viejo de cumbre. Y en efecto, sobre la caja redonda de celuloide que lo protegía, se perfilaba un lamparón como el de un chaleco de luto, indudablemente de la salmuera. Con una puntilla lo abrió, meticuloso. Lo examinó con una atención teatral. Le metió un alfiler de cabeza negra y lo hurgó un poco.
De pronto, Monagas largó las herramientas, puso ante su boca la máquina y le dio un concentrado soplido.
- Tranc - tranc, tranc - tranc, tranc - tranc... -se echó a caminar el caballo. Monagas lo entregó despreocupado e importante. La operación había durado tres minutos. Y Usebito se quedó privado.
- Güeno, Pepito... Estooo... Yo creí, estooo, que estaba pior...
- Pa oliarlo, no. Pero, pero pa ventosas... Oh, ya usté lo ha visto.
- ¡Je, je...! Sí... Güeno, Dios se lo pague.
- Pero oiga... -lo atajó Monagas, sintiéndolo atorrarse-. ¿El reloj es suyo o de Dios?
- Güeno... perooo... ¿por soplá tamién cobra?
- Parao vino. Y se le puso su ventooosa.
- ¡Lo primero que ha visto, usté...!
- ¿Sí? -se le encaró Monagas-. ¡Pos aprenda a soplá!