¿alguna vez perdísteis uno de vuestros relojes?, es domingo por la noche y la nostalgia me embarga, así que compartiré con el foro la vieja historia de mi reloj perdido.
Fue por la navidad de algun año de mediados de los 80, no recuerdo cual con exactitud, pero tras consultar algunas viejas fotos creo que debió ser hacia 1984. Al abrir emocionado uno de los regalos que los magos de oriente habían dejado en el salón de la casa de mis padres, en la que como jóven universitario aún pasaba aquellas señaladas fechas, me encontré con un precioso reloj, dorado extraplano, de correa de piel marrón... uno de aquellos finísimos cuarzos de la época que destacaban por su elegancia. La verdad es que no recuerdo mucho más de él, si bien estoy casi seguro de que se trataba de un Citizen, pues quiero recordar aquellas clásicas letras CQ en la parte baja de su esfera... bueno, digo "esfera" aunque recuerdo perfectamente que era rectangular, creo que algo biselado en las esquinas y muy muy planito. A su lado el fiel casio de plástico negro que me había acompañado en el tránsito de la adolescencia a la juventud se me antojaba rudo y vulgar, y pronto fue a parar a un cajón, algo que a la postre resultó providencial para que aún hoy se encuentre presidiendo mi humilde colección de relojes.
Aquella elegante y moderna máquina fue testigo de parte de ese tiempo que hoy se ha convertido en mítico, los años 80, anunciando sus agujas la hora feliz de salir de la facultad, la de la cita con alguna chica (bueno, si he de ser sincero ese no fue el trabajo que más le ocupó, que le vamos a hacer...), las de mis primeros "pinitos" al volante, el tiempo que faltaba para entrar en algún examen...
Y así fue hasta el verano de 1987, en que sus agujas marcaron unos agradables días de vacaciones en familia por el sur de España. Pero el paso del tiempo en que se ocupaba también comenzó a afectarle a él o, más bien, a su correa que comenzaba a mostrar algunos signos de desgaste a los que, al parecer, no di mayor importancia. Fueron pasando las horas y los días, conociendo gente, disfrutando de la alegría y la noche de aquellos años inolvidables gracias a unos padres comprensivos y al pequeño lujo de disponer de habitación propia e individual en el hotel en que nos alojábamos. La divertida noche malagueña transcurría entre cañas, cubatas y música de Sabina y Duncan Dhu, hasta que una noche en que el alcohol podría haberme hecho ver fácilmente dos Citizen en mi muñeca, descubrí que no tenía ninguno, pues el pequeño japonés había decidido abandonarme.
Seguramente me habría preocupado y entristecido de no haber sido por el poder de Baco, que en aquel momento amortiguaba todas mis sensaciones, pero el destino, que acababa de arrebatarme a mi pequeño compañero de muñeca, me reservaba un regalo mejor aquella noche, en la forma de un amor de verano que quedaría para siempre en mi recuerdo.
Así fue como aquella noche del verano del 87 perdí un reloj con el que medir el tiempo y encontré a una hermosa jóven con la que compartí algunas de las horas más inolvidables de mi juventud. Quizá fue una señal de que en lo que quedaba de vacaciones ya no necesitaría medir el tiempo, porque lo que no querría sería que éste pasase.
Hoy han pasado muchos años, y no tengo ni el Citizen ni a aquella chica, pero el recuerdo de aquellas horas, de aquellos días en que el tiempo se detuvo para regalarme lo que más deseaba, me acompañará siempre.
Fue por la navidad de algun año de mediados de los 80, no recuerdo cual con exactitud, pero tras consultar algunas viejas fotos creo que debió ser hacia 1984. Al abrir emocionado uno de los regalos que los magos de oriente habían dejado en el salón de la casa de mis padres, en la que como jóven universitario aún pasaba aquellas señaladas fechas, me encontré con un precioso reloj, dorado extraplano, de correa de piel marrón... uno de aquellos finísimos cuarzos de la época que destacaban por su elegancia. La verdad es que no recuerdo mucho más de él, si bien estoy casi seguro de que se trataba de un Citizen, pues quiero recordar aquellas clásicas letras CQ en la parte baja de su esfera... bueno, digo "esfera" aunque recuerdo perfectamente que era rectangular, creo que algo biselado en las esquinas y muy muy planito. A su lado el fiel casio de plástico negro que me había acompañado en el tránsito de la adolescencia a la juventud se me antojaba rudo y vulgar, y pronto fue a parar a un cajón, algo que a la postre resultó providencial para que aún hoy se encuentre presidiendo mi humilde colección de relojes.
Aquella elegante y moderna máquina fue testigo de parte de ese tiempo que hoy se ha convertido en mítico, los años 80, anunciando sus agujas la hora feliz de salir de la facultad, la de la cita con alguna chica (bueno, si he de ser sincero ese no fue el trabajo que más le ocupó, que le vamos a hacer...), las de mis primeros "pinitos" al volante, el tiempo que faltaba para entrar en algún examen...
Y así fue hasta el verano de 1987, en que sus agujas marcaron unos agradables días de vacaciones en familia por el sur de España. Pero el paso del tiempo en que se ocupaba también comenzó a afectarle a él o, más bien, a su correa que comenzaba a mostrar algunos signos de desgaste a los que, al parecer, no di mayor importancia. Fueron pasando las horas y los días, conociendo gente, disfrutando de la alegría y la noche de aquellos años inolvidables gracias a unos padres comprensivos y al pequeño lujo de disponer de habitación propia e individual en el hotel en que nos alojábamos. La divertida noche malagueña transcurría entre cañas, cubatas y música de Sabina y Duncan Dhu, hasta que una noche en que el alcohol podría haberme hecho ver fácilmente dos Citizen en mi muñeca, descubrí que no tenía ninguno, pues el pequeño japonés había decidido abandonarme.
Seguramente me habría preocupado y entristecido de no haber sido por el poder de Baco, que en aquel momento amortiguaba todas mis sensaciones, pero el destino, que acababa de arrebatarme a mi pequeño compañero de muñeca, me reservaba un regalo mejor aquella noche, en la forma de un amor de verano que quedaría para siempre en mi recuerdo.
Así fue como aquella noche del verano del 87 perdí un reloj con el que medir el tiempo y encontré a una hermosa jóven con la que compartí algunas de las horas más inolvidables de mi juventud. Quizá fue una señal de que en lo que quedaba de vacaciones ya no necesitaría medir el tiempo, porque lo que no querría sería que éste pasase.
Hoy han pasado muchos años, y no tengo ni el Citizen ni a aquella chica, pero el recuerdo de aquellas horas, de aquellos días en que el tiempo se detuvo para regalarme lo que más deseaba, me acompañará siempre.
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